Esta no era una tarde cualquiera. Se convertiría en el día que probablemente no olvidaré durante mucho tiempo.
Encontré la joya, EL FLORECENTE NEGRO ¡OHHHHHHHHHHH! El único objeto que es capaz de acariciar todos tus órganos internos en un solo acto. Era el MIEMBRO presidente estrella del vasto mundo de fluorescentes. El REY.
Era una típica reunión familiar, la misa de año de algún difunto recordado por la falacia de sus actos. Aquellas reuniones donde existen esos silencios incómodos, entre plática y plática. En suma, una reunión plagada de GRILLOS DEL SILENCIO, cric…, cric…,cric….
Así llamo a esos silencios incómodos que estoy segura a cualquiera le suele pasar. ¿O quizá otra vez estoy siendo perseguida por mis malditas ideas confundidas? Nonooooo. Sé que existen esos grillitos perseguidores, allí en una plática donde la pregunta principal es ¿qué digo?, ¿quién habla primero?, ¿él?, ¿yo?, ¡¿qué digo?!, ¿qué carajo digo?...Incomodidad que otro día explico porque quizá me detenga a escribir páginas enteras de los tan odiados, y otras veces tan amados, “grillitos del silencio”.
Bueno, bueno, retomando el tema. Allí había llegado un EL FLORECENTE NEGRO. Lo describiré como el HOMBRE REY MIEMBRO de los fluorescentes. El mismo que despertó en mí ser perversas ideas con su sola presencia, su miembro. Él había llegado y hacía su entrada triunfal. Tenía el cuerpo fornido, bastante atlético, con unas piernas de pelotero (¡piernas perfectas!).
Y el culo, mmm ¡que delicia! “Que tales cuatro letras bien puestas”, me dije a mi misma. Con esa piel morena y esa mirada de chico malo. Dios santo, que festín. Tenía todas las características y el perfil de ser un hombre de grande proporciones, en el sentido amplio de la palabra. Grande por donde lo mires. Lo único que quería hacer era inventariar cada partecita de ese cuerpo descomunal.
A ver, lápiz, papel, cinta métrica, calculadora. Mi Dios, no tenía nada de esto en la cartera, y me urgía tenerlo ahí. Estaba acabada sin material de trabajo. Mientras pensaba en ese cuerpo y en la falta de herramientas para el control de calidad de sus dimensiones, fue que aplique cálculos probabilísticos. Había llegado a la conclusión que ese hombre tenía las medidas exactas de cada cavidad mía, estaba hecho de tal forma que era el perno exacto de mi tuerquita. Conclusión a la jamás hubiera llegado si no hubiera tenido ante mí a ese hombre, porque de clavos, tuercas y pernos no sé nada.
Hasta que alguna buena mujer, o buen hombre (no podría especificar, porque la verdad es que no recuerdo) se apiadó de mí y me lo presentó. Es allí donde inició todo. Platicamos, coqueteamos, sugerimos, y concluimos que había llegado la hora de irse cada quién a su casa. Decidí irme porque era demasiado festín para probarlo tan pronto. Ameritaban varias noches de sueños y sobresaltos, y estrategias a desarrollar. Así que decidí arriesgar y solo dejar mi número, para luego retirarme casi huyendo de las ideas insanas que me correteaban. Claro que tuve que llegar a casa y darme una ducha fría, con la pregunta clásica sobre si debí o no huir.
Habían pasado ya varios días en los que me preguntaba del por qué de mi huida repentina. Días en los que revisaba minuciosamente las llamadas perdidas en el celular, para encontrar rastros de él. Hasta que felizmente llamó. Me invitaba a cenar a su departamento. Jamás me hubiera perdonado el no conocer al fluorescente negro.
Esa tarde, como toda mujer maniática me la pasé escogiendo algo apropiado para la cita. Pasé horas entregada a la tortura de la cera, y no precisamente por que fuera la mujer barba. Era la obsesión de estar suave, totalmente cubierta en cremas (¡lubricadísima!).
Después de todo el trabajo femenino de embellecimiento, había llegado la hora, tenía que salir al encuentro del FLUORESCENTE NEGRO. Nerviosa, pero segura de qué tenía que hacer. Salí apurada de casa. El MIEMBRO HOMBRE REY DE LOS FLUORECENTES había preparado unos Tallarines a lo Alfredo, acompañado de un vino blanco y una plática amena, sin duda era un chico interesante.
No paraba de estar bonito, de ser inteligente- es más, ahora está haciendo un doctorado en finanzas-, y mientras él me explicaba temas de economía, yo pensaba como ahorrar las horas que transcurrían allí para usarlas en otros momentos. Al fin entre miradas que arrancan la ropa me empezó a besar, de una forma como decirlo, nada sutil, y más bien violenta (pero intensa). Habíamos subido un gran escalón, ya ahora éramos dos caníbales, y dimos a parar a una alfombra.
Es allí donde veo EL GRAN FLUORESCENTE NEGRO que no paraba de brillar, era el fluorescente más grande que había descubierto, dimensiones casi peligrosas. Me di cuenta que mis cálculos no fallaron, era un fluorescente demasiado grande, intimidaba. Ese amante se sabía todas las lecciones del buen anfitrión hasta que se sumergió en su fantasía de Coito Anal. Estoy más que segura que a esa bondad de grandes dimensiones no le habían permitido saber nunca antes ni un dedo sobre enculadas. Sus fantasías de jugar en el patio trasero irrumpieron mi cita que hasta el momento se venía desarrollando de forma cuasi perfecta, haciéndolo ver como un loco obsesivo y temido. Era demasiada obsesión, a la que no estaba dispuesta acceder.
Ahiiiiiiiiiii, mi cita se había convertido en una película de terror donde era atacada por el FLORECENTE NEGRO quien no entendía razones para lograr su cometido, no había peros que valgan. Fue en ese momento en que por segunda vez tuve que huir, porque si dejaba pasar unos segundos más me vería reflejada en una súplica acompañada de gritos de PIEDAD, PIEDAD. El fluorescente negro quería saber cómo se conduce por la otra vía, pero él no tenía licencia para hacerlo, ¡pobre! Y al paso que va, quizá no pueda acceder a esa licencia. Escapé de él, mi cita se había arruinado por las obsesiones de un Bonito HOMBRE, MIEMBRO REY DEL FLORECENTE NEGRO.